Diez negritos
Diez “afroecuatorianos” son los jugadores titulares de la selección ecuatoriana de fútbol que ha clasificado a la segunda fase del Mundial (el título no es racista, cojudos, sino una ingeniosísima referencia a la novela de misterio más famosa de Agatha Christie).
Pero a pesar de que esos jugadores son los mayores ídolos de casi todos los paisanos de la hacienda, el racismo que la adorna no ha desaparecido ni siquiera de los estadios.
Durante los partidos locales, todavía es común que los aficionados hagan sonidos de orangután cuando quieren burlarse de los jugadores negros del equipo rival.
En las transmisiones del Mundial, muchos comentaristas han calificado a los jugadores africanos como “grandotes” pero “ingenuos”, es decir, fuertes y tontos, lo que confirma el estereotipo. El racismo de ese comentario es más notable todavía porque muchos equipos europeos han presentado jugadores enormes y sin talento, pero nadie ha osado notar el contraste entre su “portentoso” físico y su escasa inteligencia.
Si una selección ecuatoriana de fútbol compuesta casi totalmente por jugadores de origen africano no ha podido disminuir ese retraso mental ni siquiera en temas relacionados con el fútbol, es evidente que, en el resto de asuntos, su influencia es incluso menor.
Eso se ve claramente en el tema de la delincuencia, pues las famosas marchas contra la inseguridad solo se organizan cuando alguien de la clase media o alta (es decir, en nuestra hacienda, blanco o medio blanco) es afectado.
Así, la reacción guayaquileña comenzó con el “secuestro express”, delito que afecta sobre todo a quienes poseen vehículo (15% de la población). Y explotó en la marcha de hace dos semanas cuando murió una niña cerca de una exclusiva zona de la vía a Samborondón.
Mientras tanto, los centenares de violados, asaltados, heridos y muertos entre los mestizos, indios y negros se aceptan como algo cotidiano e inevitable. Cuando ellos organizan sus propias marchas, los medios brillan por su ausencia (mientras la niña de Samborondón recibió una vela encendida diaria durante una semana en todos los noticieros del país).
Así también, solo la semana anterior, en Quito murieron como perros dos obreros de la construcción debido a que ni las empresas constructoras ni el Municipio cumplen con medidas mínimas de seguridad. Como compensación, las familias reciben máximo 2.000 dólares, que es el precio puesto a la vida de estos pobres peones venidos del campo.
Ante esas muertes, perfectamente evitables y, por tanto, injustificables, la misma sociedad que quiere quemar vivo a cualquier acusado de delincuente (si es negro, mejor) y que marcha obediente cada vez que es convocada por sus patrones, calla.
Pero así es nuestro país desde el principio de los tiempos: la igualdad ante Dios y ante la ley es puro cuento. Lo demuestra el hecho de que diez de los once titulares de la selección son negros, mientras que casi todos los hinchas que pagaron más de 6.000 dólares para viajar a Alemania son blancos.
¿Cuántos negros cajeros en el Supermaxi han visto ustedes? ¿En las oficinas de los bancos? ¿En las páginas sociales de Cosas o Fucsia (a menos que sean embajadores africanos o jamaiquinos?)
Hagan una prueba: intenten entrar con un negro del Chota igualito a la Sombra Espinoza a una discoteca o bar y vean lo que sucede.
O si no, solo esperen a que nuestros héroes actuales empiecen a perder, y verán como se convierten otra vez en esos “negros de mierda” (el primer candidato para volver a la normalidad es Félix Borja).
El fútbol solo será señal de cambio cuando en el campo de juego estén diez jugadores blancos, y las suites de los estadios estén llenas de negros bebiendo whisky. Mientras tanto, y a pesar de la alegría momentánea, solo es más de lo mismo.