Crónicas desde la Hacienda Gran Ecuador

¿Harto de no entender al Ecuador? ¿Cansado de la irracionalidad, el caos, el folclor y los abusos? Ya no te tires de los cabellos. Nuestro lugar natal no es una república, no es una nación, no es un país. Es sólo un verde latifundio. ¿Ciudadano tú? No seas ingenuo. A lo máximo a lo que puedes aspirar es a ser un cumplidor capataz. Contigo, Crónicas desde la Hacienda Gran Ecuador, producto de un grupo de esclavos semianalfabetos que han decidido dar un paso hacia la libertad. ¡Únete!

jueves, mayo 25, 2006

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"Entre los años 1945 y 1948 gobernó el Perú un destacado jurista, el doctor José Luis Bustamante y Rivero. Escribía él mismo sus discursos en un castellano castizo y elegante, era de una honradez escrupulosa y tenía la manía del respeto a la Constitución y a las leyes, a las que citaba, cada vez que abría la boca, para explicar lo que hacía o se debía hacer. La oposición lo bautizó: el cojurídico. Es decir, un idiota que cree que las leyes tienen importancia, que se han hecho para ser cumplidas."
Mario Vargas Llosa, América Latina y la opción liberal.



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Querido cojudo:

Soy estudiante de postgrado en una prestigiosa institución en Quito. Para una de nuestras clases, vino un distinguido profesor europeo a presentarnos, durante un curso, los resultados de sus últimas investigaciones. Cuando le pedimos que nos entregara unas copias de las láminas de power point que había utilizado, nos dijo que eso sería violar su propiedad intelectual, y se negó.
Durante un receso, uno de nuestros compañeros aprovechó para copiar las presentaciones en su “memory stick”. Este compañero, un verdadero amargado, luego se negó a compartirlas con el resto del grupo, lo cual provocó, el día siguiente, una reunión de compañeros, en la que se decidió “hacerle la ley del hielo” a este compañero por su falta de solidaridad. Ya que esto no funcionó, el presidente de nuestra clase y su novia decidieron copiar también la información en sus respectivas computadoras.
Estos dos compañeros se mostraron más solidarios y compartieron la información con los demás (el presidente de la clase ya fue reelegido). Sin embargo, yo, movido no sé por qué escrúpulos, me negué a recibirla. Ahora siento que la ley del hielo me la hacen a mí, y me siento un verdadero cojudo. Tengo muchas ganas de denunciarlos, pero no me atrevo. Por otro lado, me parece que el profesor europeo se portó muy egoísta al no querer compartir su información. ¿Qué es lo que debería hacer?

Atentamente,

Otro cojudo


Querido tocayo:

Se me han ido las lágrimas al leer tu carta, pues he podido comprobar que no soy el único cojudo en este mundo. En primer lugar, el caso que me cuentas demuestra que el problema ético en nuestro país es, a la vez, mucho más grave y mucho menos grave de lo que se supone. Más grave porque, como cuentas, la gente no sabe distinguir entre el bien y el mal: para tus colegas (y, según parece, para ti también), el mal estuvo en la falta de “solidaridad” del compañero y no en el robo de información. Y menos grave porque la gente muchas veces no es corrupta a propósito, sino por ignorante, y la ignorancia siempre se puede corregir.
En segundo lugar, tengo que felicitarte por ser tan cojudo: negarte a compartir el botín de un robo en un lugar sin Dios ni ley debería enorgullecerte y no avergonzarte. No solo que sacrificas tu acceso a información que podría serte valiosa, sino que te enfrentas a la típica reacción de los enanos cuando alguien es un poquito más grande. Como dice el viejo adagio (adaptado a la realidad de la Gran Hacienda): “En tierra de ciegos, el tuerto es linchado”.
En tercer lugar, y después de pensarlo mucho, mi doloroso consejo es que no denuncies a tus compañeros. Si fuéramos cojudos fundamentalistas, te diríamos hazlo y que te esperen siete mil vírgenes en el paraíso. Pero somos realistas: no tienes pruebas del robo y sería tu palabra contra la de tus compañeros. ¿Cuál sería el resultado? En la Gran Hacienda Ecuador, donde impera la ética de Vito Corleone, todo cojudo que denuncia algo es despreciado por “soplón”. No vale la pena: te calumniarían, ensuciarían tu nombre y terminarías peor de lo que estás ahora.
Déjame terminar con una reflexión: solo en un lugar lleno de salvajes, como es nuestra Gran Hacienda, el robo de información puede no ser visto como un delito. Me imagino que muchos de tus compañeros pensarían dos veces antes de robarse, por ejemplo, la computadora del profesor. Y pocos aceptarían repartirse el dinero de esa venta. En cambio, cuando se trata de algo inmaterial, algo puramente mental, no se considera malo. Debe ser porque, como nunca hemos usado el cerebro, no le damos valor a lo que se produce con él.
Como estudiante de posgrado, sabrás que el producto del trabajo de un investigador es la información. En el caso de tu profesor, seguramente a él le costó mucho trabajo dar con esa información y tiene todo el derecho de guardársela para sí mismo y publicarla cuando le dé la regalada gana. Peor que ser cojudo es ser ingrato: en lugar de llamar egoísta al profesor, deberías agradecerle por haber compartido contigo el resultado de su esfuerzo. Pero bueno, no te azotes y sigue adelante, que no estás solo en este mundo.
Con aprecio,

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