Crónicas desde la Hacienda Gran Ecuador

¿Harto de no entender al Ecuador? ¿Cansado de la irracionalidad, el caos, el folclor y los abusos? Ya no te tires de los cabellos. Nuestro lugar natal no es una república, no es una nación, no es un país. Es sólo un verde latifundio. ¿Ciudadano tú? No seas ingenuo. A lo máximo a lo que puedes aspirar es a ser un cumplidor capataz. Contigo, Crónicas desde la Hacienda Gran Ecuador, producto de un grupo de esclavos semianalfabetos que han decidido dar un paso hacia la libertad. ¡Únete!

jueves, febrero 22, 2007

Meritocracia
por Simón Espinosa Jalil
Aunque el actual régimen ofreció llenar su gobierno con los mejores hombres y mujeres del país, la realidad es que muchos de los puestos más altos de la administración pública han caído en manos de amigos y ex colegas del Presidente y sus colaboradores.
A menos que el primer mandatario haya tenido durante su vida la fabulosa suerte de rodearse sólo de las mejores mentes del país, lo más probable es que, para sus nombramientos, haya preferido no confiar en personas desconocidas, por más méritos que hubieran logrado en sus carreras.

Es llamativo, sin embargo, que un grupo político que condenó hasta el cansancio el vicio del nepotismo en regímenes anteriores no vea ningún problema en nombrar y sostener a algunos amigos cuyos méritos podrían ser insuficientes para asumir cargos de alta responsabilidad.

Al fin y al cabo, haber coincidido en la escuela, el colegio o la universidad con el futuro presidente no se llama mérito, sino suerte, por lo que, en lo esencial, un gobierno lleno de amigos no es diferente de un gobierno lleno de familiares.

Que ni siquiera un Presidente reconocido por ser honesto tenga un poco de mala conciencia al rodearse de ‘panas’ (algo que en otros países sería condenado de inmediato) demuestra que estas consideraciones son extrañas a la cultura nacional.

En efecto, en una situación similar, la mayoría de nosotros haríamos exactamente lo mismo: si no nos atreviéramos a recurrir a nuestros queridos parientes, buscaríamos de inmediato a nuestros viejos amigos y colegas, en quienes podríamos depositar nuestra confianza a pesar de sus limitaciones.

La alternativa sería confiar en desconocidos, y siglos de malas experiencias con extraños parecen habernos enseñado que, fuera de la familia y los amigos cercanos y de toda la vida, es aconsejable no fiarse de nadie.

Así, lo de la “meritocracia” no podrá convertirse nunca en realidad, pero no solo en el Gobierno, sino también en muchas empresas y asociaciones. Ello genera necesariamente un enorme desperdicio de recursos humanos que frena el desarrollo del país.

miércoles, febrero 21, 2007

Hacienda con bloqueo central
por Daniel Márquez Soares


Al momento de conducir, los huasicamas de la Hacienda Gran Ecuador tenemos una costumbre muy curiosa. Apenas nos subimos al vehículo, lo primero que hacemos es echarle seguro a la puerta. Si es que tenemos bloqueo central, mejor, porque con un solo golpe de dedo cerramos todo el carro. La justificación es obvia: tenemos miedo de que nos roben.

En latitudes civilizadas sucede lo contrario. Una de las primeras cosas que se les enseña a los futuros conductores es a jamás poner seguro. ¿Por qué? Porque en caso de un choque o un volcamiento, sería muy difícil ayudar al piloto. Habría que perder valiosos segundos reventando el vidrio o forzando la puerta para rescatar a los heridos.

Exagerando un poco, podríamos decir que el caso anterior es toda una parábola que ilustra la forma como los felices habitantes de la hacienda vemos el mundo. Por algún extraño motivo, nos gusta pensar que más allá de nuestras narices, en lugar de ayuda, sólo hay rateros y abusivos esperándonos.

En el plano internacional, durante décadas, nos hemos dado modos de encerrarnos con seguro en nuestro querido vehículo llamado Hacienda Gran Ecuador. Logramos la proeza de mantenernos al margen de todas las grandes corrientes migratorias que azotaron el continente. Supimos blindarnos con aranceles y aprendimos a recitar como papagayos la doctrina de la soberanía cada vez que otro país venía a darnos consejos. Conseguimos salirnos de la OPEP y aún no entramos a la CONVENMAR. A muchos no les da vergüenza el hablar con añoranza del viejo Quito provinciano en el que “todos se conocían”.

En nuestro imaginario, el extranjero es malo. Aguarda a que abramos la puerta para saquearnos con la misma mañosería del delincuente que espera por nosotros en el semáforo. En los anales oficiales de la hacienda, los extranjeros, ya sean los españoles, Ran Gazit, o Juan José Flores, han sido siempre un poco bellacos. Al corrupto o al asesino se lo odia aún más cuando viene de afuera. Vivimos tan encapsulados que los guayaquileños de verdad creen que tienen sangre de guerrero y los quiteños siguen pensando que "no hay mujeres en el mundo como las de mi canción".

El nuevo gobierno de la hacienda, en plena era de la globalización, ha contribuido a este síndrome. Con su discurso de “la patria no está en venta”, “entreguismo” o “bobo aperturismo” ha ayudado a sacralizar el aislamiento irrisorio en el que vivimos. No importan los beneficios como comercio, tecnología o aprendizaje. Mejor poner seguro.

jueves, febrero 15, 2007

La nueva izquierda
por Simón Espinosa Jalil

El actual gobierno, como todos repiten, es de “nueva izquierda” o “socialista del siglo XXI” y, como tal, intentará plasmar sus ideas en la Asamblea Constituyente.

Por eso, es inquietante que, aparte de una serie de enunciados idealistas, no se haya explicado en términos prácticos qué diferencias tiene el socialismo del siglo XXI con el del siglo XX.

La nueva izquierda no es, en realidad, tan nueva. Ya en los años 70, cuando en algunos países era evidente el fracaso del experimento marxista, varios grupos se divorciaron de la “vieja” izquierda, pero sin cometer el sacrilegio de pasarse al bando contrario.

Su rasgo principal es su desprecio por la ciencia económica. Puesto que la derrota del socialismo fue peor en el área productiva, en la que no pudo competir con la economía de mercado, la nueva izquierda decidió ignorar ese ámbito. Así, no es raro en los círculos neosocialistas que se le dé más valor científico a la sociología que a la economía liberal, a la que se descalifica como una invención imperialista y amoral que reduce al ser humano al despreciable papel de “homo economicus”.

Por eso, que el Ministro de Economía suene en sus entrevistas más como sacerdote que como economista no es sorprendente: la nueva izquierda ha abandonado, al menos en su discurso, el materialismo de su antecesora. Ha heredado, sin embargo, varias ideas importantes. Una de ellas es la condena del afán de lucro y de la gran empresa; otra es la fe en la bondad del ser humano y en su natural espíritu cooperativo.

¿Son verdaderos esos supuestos? ¿Son más humanas y responsables las pequeñas empresas que las grandes? ¿Tenemos en realidad los ecuatorianos un ancestral “gen” asociativo? Si la respuesta es que no, si la verdad es que esas ideas han sido engendradas por funcionarios de clase media en sus torres de cristal, la llegada de un estado autoritario es inevitable.

El Presidente ya lo dijo: para él, estamos en una pelea de buenos contra malos. Puestas las cosas de ese modo, el Estado tendrá todo el derecho, incluso moral, para transformar por la fuerza a todos los ciudadanos deficientes en socialistas ejemplares.