Crónicas desde la Hacienda Gran Ecuador

¿Harto de no entender al Ecuador? ¿Cansado de la irracionalidad, el caos, el folclor y los abusos? Ya no te tires de los cabellos. Nuestro lugar natal no es una república, no es una nación, no es un país. Es sólo un verde latifundio. ¿Ciudadano tú? No seas ingenuo. A lo máximo a lo que puedes aspirar es a ser un cumplidor capataz. Contigo, Crónicas desde la Hacienda Gran Ecuador, producto de un grupo de esclavos semianalfabetos que han decidido dar un paso hacia la libertad. ¡Únete!

lunes, noviembre 06, 2006

Fregados pero buenitos

Daniel Márquez Soares

Hay que tener cuidado al escuchar los discursos de los candidatos o las opiniones de ciertos ciudadanos. De tomárselos muy en serio, uno corre el riesgo de abrir los ojos y darse cuenta de que los ecuatorianos somos o demasiado ingenuos o demasiado mediocres. Ante la pregunta de cajón de “¿con qué Ecuador sueña usted?” todos sueltan respuestas que de tan repetidas ya aburren. Nunca faltan las clásicas “en el que haya trabajo y salud para todos” y “verdaderamente democrático”. Otros ya exageran y salen con “del siglo XXI” o “moderno y tecnológico”. El tiro de gracia lo dan los que vienen con su “pluricultural”, “biodiverso”, “pacífico y en armonía” y demás fantasías hippies. Lo máximo que se puede esperar de valentía es un “yo sueño con un Ecuador digno y soberano”.

Uno no deja de preguntarse por qué nadie, ni un solo candidato o activista, ha dicho “yo sueño con un Ecuador rico y poderoso”.

¿Desde cuándo un país con alma de beato se desarrolla? La historia enseña que el mundo y el bienestar le pertenecen a las naciones ambiciosas y dignas, poseedoras de un sentido del orgullo que raya en la soberbia. ¿Es que acaso Finlandia dejó de ser patio trasero ruso poniéndose como objetivo cuidar sus laguitos? ¿Qué movía a Corea del Sur al momento de desarrollarse sino la determinación de nunca más ser zapateada por japoneses y comunistas chinos? ¿Van a decir que Israel ha aguantado más de cinco décadas buscando “armonía”? ¿No será que la gente de Singapur se cansó de chantajes comunistas, malayos y de ser considerado país de campesinos al momento de empezar su ascenso? ¿Qué sería de Taiwán si es que en lugar de decidir ser rico, poderoso y orgulloso hubiese decidido afrontar la amenaza China con llamados a la “pluriculturalidad”? ¿Nos hemos olvidado de que Deng Xiaoping tuvo que gritar que “enriquecerse es glorioso” para que China empezara a ser lo que es hoy en día?

En la triste mentalidad andino-ecuatoriana, ser rico, poderoso y digno es pecado. Es cosa de gente mala. Para ser digno de amor y respeto, hay que ser pobre, impotente y humillado día a día. En política exterior, lo máximo permitido por la decencia ecuatoriana es aspirar a “esa gran patria bolivariana”. Somos tan acomplejados y nos juzgamos tan incapaces que ni siquiera el respeto aspiramos a granjeárnoslo solos. Necesitamos hacerlo en manada, en montonera, con Venezuela y Bolivia de amigotes.

Por eso, preferimos seguir como estamos. Bien buenitos, humilditos y con todo el mundo teniéndonos lástima. Apiñando emigrantes en buques pesqueros y sufriendo humillaciones en las aduanas extranjeras. Gritando “Sí se puede” (algo que en cualquier país digno no se dice porque ya se sobreentiende). Comportándonos impecablemente con países vecinos y socios comerciales que no tienen empacho en tratarnos como a nación inválida. Convencidos de que nuestra corrupción, miseria y desesperanza son cosas culturales, irresolubles. Besando la mano que nos entra a golpes y mendigando nuestra propia soberanía. Fregados pero, eso sí, bien buenitos y bien comportaditos tanto en el panorama nacional como internacional.


¿Qué sucedería si es que mañana un candidato dijese, a viva voz, que lo que quiere es un Ecuador “poderoso y respetado en la esfera internacional”? ¿Y si alguien se atreviese a decir que quiere un país “temido y envidiado por todos sus vecinos”? Lo más probable es que los cínicos se reirían. La mayoría, es de esperarse, se asustarían. Es obvio. En nuestro Ecuador, atestado de cobardes y acomplejados, la población, en sus adentros, no se siente digna de un destino que lleve el adjetivo de “grandioso”.